Yo entiendo la fluidez cuando veo un río, y entiendo la inmensidad cuando veo un océano. Me hubiera resultado muy difícil comprender lo que representa la fluidez o la inmensidad de no haber visto el río o el océano. Sin embargo, pese a la complejidad de ambos conceptos, he conseguido entenderlo perfectamente sin necesidad de razonarlo. De un simple vistazo lo he comprendido.
La comprensión con los ojos es una forma distinta de comprensión que la comprensión intelectual. Se trata de fijar la vista en algo aparentemente ininteligible y de repente entenderlo sin haber necesitado emplear ningún tipo de razonamiento lógico consciente. Nos saltamos el proceso de razonamiento, las premisas, y vamos directamente a las conclusiones, a la comprensión. El mar es inmenso. Punto. Eso se ve, se comprende.
Puedo comprender lo que es el peligro simplemente mirando un tigre que está acechándome. Puedo comprender lo que es la ternura con sólo mirar a una niña jugando con un gatito. Puedo comprender muchos conceptos endiabladamente complejos, como la solidaridad, el equilibrio, la profundidad, el amor, sin necesidad de emplear ni un ápice de mi racionalidad, directamente desde mi hemisferio derecho, sin necesidad de que el izquierdo interprete. No hay nada que interpretar.
Una vez que he comprendido visualmente algo, luego lo puedo pensar, razonar, emplear mi hemisferio izquierdo para manipular y juguetear con los recuerdos de lo visto. Puedo representarlo visualmente en mi cabeza, moverlo, transformarlo, fragmentarlo o vincularlo con otras cosas. Puedo ubicarlo en lugares donde no estaba, buscar analogías o hacerlo evolucionar, someterlo a mil pruebas, destruirlo, desguazarlo. Puedo construir abstracciones y recrear en ellas lo que he visto. Puedo describirlo, dibujarlo, comunicarlo, explicarlo, convertirlo en debate, en un libro, en un vídeo o en una entrada en un blog.
Pero quien me lo ha hecho entender son mis ojos. Mis ojos no sólo se dedican a ver las cosas. Mis ojos «comprenden» las cosas.
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