Los déspotas.

En mi experiencia, un proyecto creativo -sea una campaña, una película, una empresa o un producto- puede alcanzar el éxito, un gran éxito, o tiene alguna posibilidad de alcanzarlo, cuando está dirigido por una visión única, liderado por una sola persona, o por un equipo de personas, pero que piensan y actúan como un solo hombre.

Una visión única no significa una visión compartida, consensuada, sino una idea personal, injustificable, altamente caprichosa, que puede parecerle una tontería a todo el mundo excepto a su promotor que muestra un inexplicable convencimiento. Para protegerla este nunca deberá buscar consensos, ni dar concesiones, sino actuar despóticamente. Los grandes proyectos creativos nacen bajo regímenes totalitarios, dirigidos por un dictador.

Un equipo creativo que aspire a alcanzar el éxito, un gran éxito, debe abolir la democracia. Los comités, habitualmente –y expresamente- formados por gente con visiones distintas, plurales, aun cuando esas visiones sean valiosas desde su individualidad, destruyen los grandes proyectos, los despojan de todos sus valores, uno a uno, hasta vulgarizarlos, hasta hacerlos previsibles. Los comités actúan como la quimioterapia, dejan al proyecto limpio de errores pero también lo esterilizan de buenas ideas. Las buenas ideas suelen sonar a locura cuando se escuchan por primera vez y es lo primero que destruye un comité.

El equipo de trabajo involucrado en un proyecto creativo, ha de saber detectar cuando surge esa visión única, poderosa, controvertible, y añadirse, si cree en ella, o apartarse y dejar hacer. No hay posibilidad de acuerdos o pactos. Nunca intentes cambiar una idea si no la entiendes o no la compartes, y menos si no te gusta. Apártate, vete y en todo caso crea la tuya. Si juntáramos a Quentin Tarantino, Lars von Trier, James Cameron y Oliver Stone para que dirigieran una misma película, no obtendríamos una película mejor, sino que la despojaríamos de lo mejor de Tarantino, von Trier, Cameron y Stone. En ese equipo, sobrarían tres. Lo importante no es saber opinar, es saber callar y, sobre todo, saber cuando uno debe abrir la puerta y largarse.

Las empresas, si carecen de creatividad o de innovación, no es porque falten ideas, sino porque sobran comités y grupos de trabajo. Sobran asesores no creativos que hablan de creatividad montando work shops para jugar a ser creativos. Sobran opiniones, porque cuanta más gente opine del proyecto, ya sea público de la calle en forma de focus group o pre-tests, o profesionales altamente cualificados con la etiqueta de consultores, peor será el resultado. Y faltan déspotas, déspotas geniales y procesos que les limpien el camino de obstáculos para que puedan llevar a término sus locuras sin tropiezos.

Solo así, tal vez, de vez en cuando, surgirá la posibilidad de conseguir algo realmente grande.

 

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