Armas de humillación masiva.

Estos días estamos asistiendo a la proliferación de una de las más innobles formas de crueldad verbal que los individuos de una sociedad democrática pueden ejercer. Se trata de humillar al otro haciéndole ver que las cosas que para él son las más importantes de su vida, son en realidad tonterías ridículas, burdas mentiras sin fundamento o ideas desfasadas. De eso hablaba la filósofa y politóloga Judith Shklar en Vicios ordinarios. Insisto en la idea de que para entender lo que está sucediendo estos días en España ayuda mucho más leer libros que leer periódicos.

Las cosas más importantes de nuestra vida cambian a lo largo del tiempo. Para un niño puede ser el juguete que se ha inventado con el vasito de plástico y el palito que se ha encontrado en el suelo. Si su madre se lo tira a la basura diciendo que es una porquería, el niño romperá a llorar no solo por haber perdido esas cosas tan importantes para él, sino por la humillación de que sus padres traten lo que él considera importante como basura. Cuando nos hacemos mayores las cosas más importantes de nuestra vida son más abstractas y colectivas, como nuestro dios, nuestras ideas o nuestra patria, y adquieren tal nivel de importancia que muchos llegan a morir por defenderlas si alguien trata de lanzárselas al vertedero.

Últimamente todos nosotros tenemos la sensibilidad a flor de piel y tratamos de proteger abrazando contra nuestro pecho la delicada bolsa que contiene muchas de las cosas más importantes de nuestras vidas, porque la crueldad verbal prolifera y no hacemos más que ver gente que destruye sin contemplaciones las cosas más importantes de la vida de los demás. Muchos ejercen esa violencia con verdadera pericia. Saben del dolor que pueden llegar a causar y premeditadamente emplean los argumentos más hirientes para así ultrajar las cosas más importantes de la vida de sus contendientes, en ocasiones mofándose o empleando una sonrisa burlesca para aumentar así la humillación y que el sufrimiento infringido sea mayor. No parece una técnica muy noble.

Otros lo hacen –lo hacemos- sin darnos cuenta. Tratando de defender nuestras ideas recurrimos a argumentos que nos parecen que justifican lo nuestro, pero que en realidad lo que hacen es socavar las cosas más importantes de la vida del otro. Los inconscientes solo advertimos que hemos causado dolor cuando, sorpresivamente, vemos que el otro se revuelve agresivamente y grita. Entonces descubrimos que lo que pensábamos que era una simple fisura de discrepancia es un abismo. Es el dolor quien crea esos abismos, no las ideas. Estamos acostumbrados a convivir con las ideas de los otros sin excesivos problemas, pero no es tan fácil convivir con el dolor. Quien nos lo causa se convierte entonces inevitablemente en nuestro enemigo, en uno de los otros. Obviamente. Si fuera de los nuestros no nos haría daño.

Estaría bien que el uso de esas formas de humillación se alertara y vigilara desde las escuelas, como sucede con otras formas de crueldad social como el bullying. Ciertamente, Judith Shklar tenía razón. Nada parece más insoportable en nuestra sociedad que fomentar la crueldad, en cualquier de sus formas, y esta una de las más frecuentes, invisibles y consentidas. Especialmente grave si además se produce de manera premeditada y reincidente empleando ya no solo una voz única, sino una voz multiplicada por los altavoces de los medios de comunicación, porque los medios convierten la agresión verbal personalizada en un arma de humillación masiva.

Todos aspiramos a vivir en una sociedad mejor, con muy distintos modelos, pero la gran mayoría de nosotros aspira a vivir en una sociedad mejor. No parece que la deliberada intención de infringir dolor a la gente haciéndole ver que las cosas más importantes de su vida no son más que basura desechable, sea la mejor manera de conseguirlo.

 

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