Lo que es y lo que no es.

Una palabra alumbra un significado como una mancha de luz. Hay conceptos, matices, que caen dentro dentro de esa mancha y quedan claramente definidos por la palabra y otros que permanecen entre sombras y no sabemos si entran o no entran en su definición.

Esa ambigüedad nos incomoda. Nos parece inaceptable que un término defina un territorio de significado incierto, así que trabajamos duramente para encontrar una definición exacta y cerrar herméticamente los límites del significado. Nos desconciertan las palabras que proyectan manchas de límites borrosos como, por ejemplo, creatividad. ¿Qué es exactamente la creatividad? ¿Qué es exactamente ser creativo? ¿Quién es creativo y quién no lo es? ¿Dónde están esas fronteras?

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Los significados de muchas palabras son de una manera natural imprecisos, porque vivimos inmersos en un mundo que es esencialmente impreciso, de límites borrosos, de fronteras difusas, pero eso no nos gusta. No es el mundo que queremos vivir. Queremos saber exactamente lo que significa cada una de las palabras del diccionario. Necesitamos definiciones matemáticamente exactas. Sufrimos de algo que podría llamarse intolerancia a la ambigüedad.

Esa enfermedad nos empuja a trazar límites en cualquier cosa. Separar lo que significa tal palabra y lo que no significa. Lo que me pertenece y lo que no me pertenece. Los que son de los nuestros y los que no lo son. Nos obsesiona delimitar con total precisión esas fronteras. Dónde exactamente acaba mi casa y dónde exactamente empieza la tuya. Dónde exactamente acaba un año y dónde exactamente empieza el otro. Quién exactamente pertenece a la izquierda política y quién pertenece claramente a la derecha. Nos pasamos la vida trazando los límites, estableciendo las líneas de corte, viviseccionando la realidad cuchillo en mano, dividiendo y troceando, trinchando el mundo en fragmentos que deben estar perfectamente delimitados, dibujando conjuntos para tener claro los elementos que entran y los que no entran en ese conjunto.

No creo que sea una cuestión de despreocuparnos y dejar de escudriñar meticulosamente en la naturaleza de las cosas. Podemos atender a todos y cada uno de los matices que viven en la penumbra de una palabra, juguetear con ellos, admirarlos, sopesarlos, ponderarlos, como podemos atender a todas y cada una de las personas que viven en una sociedad, y apreciar los matices que construyen su personalidad y su identidad. Pero eso no significa que no podamos admitir que alguien sea de izquierdas y derechas a la vez, que algo sea mío y tuyo indistintamente, o que tengamos que preocuparnos por no saber el significado exacto de una palabra, como creatividad.

A fin de cuentas, el significado de una palabra no depende de la palabra, depende en gran medida de quién proyecte la luz. Así que deberíamos sentirnos libres de interpretar el mundo según nuestra propia linterna, sin tener que justificarnos con un diccionario que defina por nosotros unos límites que sólo están en nuestra imaginación.

2 comentarios en «Lo que es y lo que no es.»

  1. El lenguaje es paradoja como lo es la humanidad. El ser humano, y sobre todo el ser humano que construye conceptos, necesita del límite que precisamente delimite, acote esa parcela del mundo a la que refiere, pues es el contexto, o en otras palabras es en ese límite entre lo paradójico y ambiguo desde donde el ser humano imagina, construye, crea, el mundo de las cosas-nombres-objetos, es decir, da sentido a la realidad.

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